Dicen las viejas lenguas que la palabra es el principio del acuerdo y el apretón de manos su final. Cuestión básica y sencilla cuando existe la buena voluntad entre ambas partes. Excelentes costumbres heredadas de nuestros abuelos, que en su analfabetismo funcional de legajos y documentos sabían mirarse a los ojos, adelantar sus brazos y estrechar sus manos para confirmar lo apalabrado.
Muchas cosas han cambiado del antaño al hogaño. Vivimos tiempos virtuales: construcciones de cables de colores, pantallas que se tocan, redes sociales, influyentes doctrinantes, acérrimos seguidores, artificios aprendices de inteligencia, palabras efímeras que son para siempre; mundos inventados en un mar de fotones binarios. Y sin embargo, la honestidad sigue siendo dueña del no, la franqueza de la mirada infantil y el compromiso de la obligación.
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