La Escuela

Para ser un buen pescador nunca se necesitó de escuelas físicas o enseñanzas regladas. Los aprendices se embarcaban desde muy niños al amparo de sus padres, tíos o abuelos. Todo era una enseñanza práctica, resultado de la costumbre de viejos y de los añadidos de los más sabidos. Tu suerte era la suerte de tu familia, tu comprensión de la mar era el entendimiento atesorado por toda tu ascendencia. Para pescar solo bastaba con ir a la mar con un barco por escuela y poco más.

Y es que la vida, esa vieja vida,
se vuelve melancólica a los ojos de la experiencia.

Se tiende a olvidar el difícil ciar del barco,
nos quedamos con la orden de avante
y el fácil remar de medio y tabante.

Los callos del remo se liman con el tiempo,
pero en nuestras manos queda el reflejo de su recuerdo.

Crónicas mundanas de un pescador

Fotografía: Carmelo Dorta Morales © 1997

Pero el futuro nos cambió. El oficio se convirtió en trabajo y las exigencias en la seguridad laboral trastornó al aprendizaje y mimó a la enseñanza. Atrás quedó el hijo sin enrolar y la pesca sin certificar o profesionalizar. Se impuso el título, el certificado, el curso, el ciclo formativo.

Ahora, para ser pescado no basta con ser un pez. Se impone el Máximo Rendimiento Sostenible (RMS), los planes de gestión pesqueros, el Total Admisible de Capturas (TAC), la asignación de las posibilidades de pesca, la cuota, el censo específico de embarcaciones y un largo etcétera.

Todo es complejo porque lo hemos hecho así. Aprender más significa saber más. Y saber más puede significar que tu labor de investigación, tus decisiones de gestión o tu actividad pesquera sea más viable.

Enseñar no es tan difícil como hacerse comprender. Y entender aplicando lo que se aprende es el fin último del buen maestro.